Continúa siendo la SOLEDAD mi fiel e inseparable compañera.
Es en este estado como debo de afrontar, al menos de momento, todos y cada uno de los retos personales que la vida me va a ir planteando, a partir de ahora, día tras día.
Sin obviar ni olvidar jamás a las personas cuyas almas llevo enganchadas a la mía con ganchos de amor y cariño.
Sin dependencias, a menudo sin fuerzas, sin ganas a veces, sin maldad, sin odios, sin orgullo, sin pasado, sin rencores, sin resentimientos, sin temores,…
¿Hasta cuándo?
Hasta que, de nuevo, vuelva a recuperar totalmente la confianza en mí y en los demás.
Cuando confío plenamente en mí soy capaz de afrontar todo lo que me depara la vida, soy consciente de que mi destino está únicamente en mis manos y que mis proyectos y sueños están a mi alcance.
Mi confianza radica en la certeza de que cualquiera que sea el resultado, yo puedo afrontarlo, que no me derrumbo si las cosas no salen como hubiera querido.
A veces siento pena. Otras veces fastidio. Pero no abandono por ello.
Cuando tomo conciencia de todo esto, puedo afrontar casi todo lo que me propongo hacer en la vida.
Para confiar en los demás tendré que aprender a tener cuidado, pero tener cuidado no es lo mismo que desconfianza, ya que desconfiar por sistema es pagar un precio demasiado alto si lo que obtengo a cambio es evitar que alguna vez alguien me lastime. El precio que pagaría es condenarme a vivir con fantasmas, viendo malas intenciones a cada paso y, lo que es peor aún, terminaría convirtiéndome en alguien no confiable: como dudaría de que el otro cumpliera, sería yo el que finalmente no cumpliría lo pactado.
He tenido,... ¡y tendré!,... que curarme alguna herida de vez en cuando, pero se que a cambio me transformaré en una persona que vive y no en alguien que mira la vida pasar; en una persona con mirada franca y, sobre todo, en una persona en la que se pueda confiar porque se entrega, aun a riesgo de golpearse.
Con esfuerzo, con esperanza, con flexibilidad, con futuro, con generosidad, con humildad, con ilusiones, con lucha, con paciencia, con perdón, con presente, con riesgos, con sonrisas,…
¿Cómo?
Haciendo de la bondad y la honestidad mis banderas, los principios básicos de mi vida.
He de adoptar la bondad como mi forma de hacer y sentir habituales.
He de aprender a expresar la bondad que está ligada a lo más tierno e íntimo de mí mismo siempre, desterrando el que muchas veces no lo haga por temor a que me hagan sufrir, me ofendan, ridiculicen o manipulen.
He de desarrollar la honestidad como una de mis cualidades básicas.
Cuando no he sido honesto, he desacreditado una parte de mí mismo, me he dicho que tengo algo que ocultar, algo de que avergonzarme, que necesito engañar/engañarme para obtener un resultado que en realidad no merecía.
Cuando no he sido honesto conmigo mismo fue como si me rechazara tal y como soy, fue como si me maltratara a mí mismo, fue como si me sepultara en un mundo de inseguridad que me desacreditaba como persona.
La realidad es que cuando no adopto o no expreso mi bondad y no desarrollo mi honestidad es cuando sufro, porque dejo de ser cómo soy y quién soy.