domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Dónde estabas...

... cuando...

… en un grito callado preguntaba al mundo… “¿Por qué?",...
… la realidad se convertía en una verdad a pesar de tus mentiras,…
… el pozo me daba, de nuevo, la bienvenida,…
… se quedaban en el camino muchos sueños a medias,…
… intentaba contestarme… “¿Para qué vivo?",…
… anhelaba un abrazo, un beso, una caricia,…
… me dolían mi alma, mi corazón y mis sentidos,…
… mi autoestima se encontraba en el cubo de la basura,…
… me acostaba mojando la almohada,…
… escuchaba las palabras que jamás deberías haber dicho,…
… hacía de la soledad mi fiel e inseparable compañera,…
… los miedos y las sombras amenazaban mi vida,…
… las dudas y la incertidumbre ahogaban mi razón,…
… el dolor y las lágrimas inquietaban a mi corazón,…
… me retiraba a lamer mis heridas,…
… luchaba para que el amor, la libertad y el respeto
fuesen nuestro tesoro más importante,…
… intentaba romper todas mis cadenas,…

... más te necesitaba?


lunes, 15 de noviembre de 2010

Debo,... Puedo,... Quiero.

No se trata de que “deba hacer”, “pueda hacer” o “quiera hacer”,...


Ya he dejado atrás el “debo”.

  • Lo hice cuando renuncié a estar casi siempre capitulando a favor de las necesidades de los otros y desatendía las mías.
  • Lo hice cuando dejé de esforzarme por vivir según las expectativas de la gente que ni siquiera me importaba.
  • Lo hice cuando asumí que todas las comparaciones son odiosas.
  • Lo hice cuando supe que en la vida, si no arriesgamos nada, lo arriesgamos todo.

También he dejado atrás el “puedo”.

  • Lo hice cuando acepté mi fragilidad, mis defectos y puntos débiles.
  • Lo hice cuando admití mis rarezas y excentricidades, mis malas costumbres.
  • Lo hice cuando superé los complejos y las tensiones propias de toda persona que sabe que quizás ha alcanzado el techo de su potencial en un mundo que sólo aprueba la perfección.
  • Lo hice cuando comprendí que no puedo elegir lo que siento, pero sí lo que puedo hacer con lo que siento.

Y dejé atrás el “quiero”.

  • Lo hice cuando dejé de negar la validez de mis deseos no correspondidos.
  • Lo hice cuando aprendí, en soledad, a cerrar aquellas puertas que no debía mantener abiertas y a abrir, en cambio, aquellas por las que necesitaba pasar.
  • Lo hice cuando comencé a desobedecer lo que mi razón me dictaba.
  • Lo hice cuando decidí vivir la vida que soñaba: ser siempre el dueño de mis decisiones y de mi destino.



Ahora me limito a hacer lo que tengo que hacer.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Aprendiendo,... en soledad.

Continúa siendo la SOLEDAD mi fiel e inseparable compañera.

Es en este estado como debo de afrontar, al menos de momento, todos y cada uno de los retos personales que la vida me va a ir planteando, a partir de ahora, día tras día.
Sin obviar ni olvidar jamás a las personas cuyas almas llevo enganchadas a la mía con ganchos de amor y cariño.

Sin dependencias, a menudo sin fuerzas, sin ganas a veces, sin maldad, sin odios, sin orgullo, sin pasado, sin rencores, sin resentimientos, sin temores,…

¿Hasta cuándo?
Hasta que, de nuevo, vuelva a recuperar totalmente la confianza en mí y en los demás.

Cuando confío plenamente en mí soy capaz de afrontar todo lo que me depara la vida, soy consciente de que mi destino está únicamente en mis manos y que mis proyectos y sueños están a mi alcance.
Mi confianza radica en la certeza de que cualquiera que sea el resultado, yo puedo afrontarlo, que no me derrumbo si las cosas no salen como hubiera querido.
A veces siento pena. Otras veces fastidio. Pero no abandono por ello.
Cuando tomo conciencia de todo esto, puedo afrontar casi todo lo que me propongo hacer en la vida.

Para confiar en los demás tendré que aprender a tener cuidado, pero tener cuidado no es lo mismo que desconfianza, ya que desconfiar por sistema es pagar un precio demasiado alto si lo que obtengo a cambio es evitar que alguna vez alguien me lastime. El precio que pagaría es condenarme a vivir con fantasmas, viendo malas intenciones a cada paso y, lo que es peor aún, terminaría convirtiéndome en alguien no confiable: como dudaría de que el otro cumpliera, sería yo el que finalmente no cumpliría lo pactado.

He tenido,... ¡y tendré!,... que curarme alguna herida de vez en cuando, pero se que a cambio me transformaré en una persona que vive y no en alguien que mira la vida pasar; en una persona con mirada franca y, sobre todo, en una persona en la que se pueda confiar porque se entrega, aun a riesgo de golpearse.

Con esfuerzo, con esperanza, con flexibilidad, con futuro, con generosidad, con humildad, con ilusiones, con lucha, con paciencia, con perdón, con presente, con riesgos, con sonrisas,…

¿Cómo?
Haciendo de la bondad y la honestidad mis banderas, los principios básicos de mi vida.

He de adoptar la bondad como mi forma de hacer y sentir habituales.
He de aprender a expresar la bondad que está ligada a lo más tierno e íntimo de mí mismo siempre, desterrando el que muchas veces no lo haga por temor a que me hagan sufrir, me ofendan, ridiculicen o manipulen.
He de desarrollar la honestidad como una de mis cualidades básicas.

Cuando no he sido honesto, he desacreditado una parte de mí mismo, me he dicho que tengo algo que ocultar, algo de que avergonzarme, que necesito engañar/engañarme para obtener un resultado que en realidad no merecía.
Cuando no he sido honesto conmigo mismo fue como si me rechazara tal y como soy, fue como si me maltratara a mí mismo, fue como si me sepultara en un mundo de inseguridad que me desacreditaba como persona.

La realidad es que cuando no adopto o no expreso mi bondad y no desarrollo mi honestidad es cuando sufro, porque dejo de ser cómo soy y quién soy.